La agenda de la ONU contrasta con el festival de la nostalgia de la Celac

En esta fotografía proporcionada por la Oficina de Prensa de la Presidencia de México, el presidente de Perú, Pedro Castillo, asiste a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en la Ciudad de México, el sábado 18 de septiembre de 2021. Castillo negó el lunes 20 de septiembre en una reunión de la Organización de Estados Americanos en Washington que su gobierno sea comunista o que vaya a realizar expropiaciones, por el contrario, invitó a los inversionistas a trabajar en el país andino. (Oficina de Prensa de la Presidencia de México, vía AP)

“Una catarata de crisis pone al mundo al borde del abismo: solo a través del multilateralismo podemos salvarnos”. La afirmación corresponde al portugués Antonio Guterres, secretario general de la ONU y la pronunció durante la apertura del debate del 76º período de sesiones de la Asamblea General de ese organismo, que se llevó a cabo esta semana en Nueva York. Casi en simultáneo, América Latina utilizó su instancia regional (la VI Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac) para desplegar arengas políticas destinadas a sus públicos internos y protagonizar choques verbales tan obsoletos como inútiles. Ambas tuvieron una cosa en común: la ausencia física de Alberto Fernández, imposibilitado de dejar el país por la gravedad de la crisis en la que se encuentra su gobierno. Naciones Unidas advierte sobre un mundo cada vez más amenazado y dividido que no encuentra soluciones. La Celac desperdicia el tiempo en discusiones sin sentido de realidad y alimenta divisiones de forma y de fondo en una región donde los desencuentros son tan típicos como los discursos románticos de la “patria grande” y la integración.

El ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua, Denis Ronaldo Moncada Colindres, acusó a la Argentina de ser un instrumento del “imperialismo norteamericano” y de haber hecho “política propia, interviniendo vulgar y ofensivamente en clara e insultante sintonía con los yanquis en temas internos de nuestra patria”. Parecen haber sido en vano los esfuerzos de Carlos Raimundi, nuestro embajador ante la OEA, por demostrar que respetamos a rajatabla el principio de no intervención en los asuntos internos de otros países, a pesar de los costos infinitos en términos reputacionales por haber aparecido ante la comunidad internacional como cómplices de regímenes como los de Venezuela, Cuba… y Nicaragua. Por el contrario, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, se plantó firme en defensa de los valores de la democracia al afirmar que su país ve “con grave preocupación” lo que ocurre en esas naciones, donde “no hay una democracia plena, no se respeta la separación de poderes, desde el poder se usa el aparato represor para callar protestas y encarcelar opositores, no se respetan los derechos humanos”. Esto despertó la ira de Díaz-Canel y del propio Maduro. Mientras tanto, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, actualizaba su cuenta de Twitter para presentarse como “El dictador más cool del mundo mundial”: la banalización absoluta de las reversiones autocráticas.
Desde que fue creada en 2010, la agenda de la Celac se caracteriza por ser un festival de la nostalgia: un escenario que expone el anacronismo de las ideas y los debates que dominan la agenda regional, particularmente (pero no solo) de sus líderes “progresistas”. La postura contra la OEA y algunas de las políticas de EE.UU. parecen sacadas de un viejo álbum de hace por lo menos medio siglo. El presidente de Bolivia, Luis Arce, llamó a resistir la “creciente injerencia en los asuntos de los Estados” de ese organismo (¿se referirá a las misiones que buscan garantizar la transparencia de los procesos electorales?). Y el otrora moderado canciller mexicano, Marcelo Ebrard, afirmó que era hora “de decir adiós a la OEA en su sentido intervencionista, injerencista y hegemonista y que venga otra organización que construyamos políticamente en acuerdo con Estados Unidos”. ¿Querrán los impulsores del Grupo de Puebla remover la Carta Democrática del organismo que sanciona a los países que violan los principios básicos de la democracia y los derechos humanos? Potencial candidato a suceder a AMLO, Ebrard expuso un discurso esquizofrénico: gracias al Tratado de Libre Comercio (Nafta), México recibe el 62% de sus importaciones desde EE.UU., al que envía a su vez el 72% de sus exportaciones. Esto, sin analizar los tenebrosos detalles de la “cooperación” mexicana en la frontera para impedir el ingreso de inmigrantes ilegales al país vecino. Mientras el bloque se promete a sí mismo avanzar en la integración regional, el Mercosur se desangra y muere de inanición por las crecientes asimetrías y el proteccionismo extremo al que se aferra, obtusa, la Argentina.

El extravío de la Celac se profundiza con la postura sostenida frente a la pandemia. Se aprobó por unanimidad un plan de autosuficiencia sanitaria apoyado en tres ámbitos: coordinación entre entidades reguladoras nacionales, mecanismos regionales de compra para un acceso universal a las vacunas e implementación de una plataforma regional de ensayos clínicos. Esto no debe hacernos olvidar el fracaso del delirante proyecto pergeñado entre AMLO y Alberto Fernández para abastecer la demanda de la región con la producción en ambos países de la vacuna de AstraZeneca. Ni que en muchos de ellos, sobre todo en la Argentina, nunca se testeó lo suficiente, ni siquiera ante la amenaza de la variante delta. Además, la noción de que una mayor presión regulatoria llevará a mejores resultados ya fue refutada por la realidad: la combinación de estatismo y aislamiento implica sociedades menos libres, gobiernos más proclives a caer en tentaciones autoritarias y descalabros económicos mayúsculos como consecuencia de la falta de controles efectivos en la implementación de políticas públicas. Existen fuertes interdependencias comerciales globales en los bienes necesarios para producir, distribuir y administrar vacunas, incluyendo los insumos necesarios para su fabricación: corredores viales, jeringas, cajas frías, hielo seco y congeladores. Los países desarrollados demostraron que una coordinación lógica entre Estado y mercado soluciona el problema del abastecimiento de vacunas de primera calidad. La Celac propone un galimatías estatista y presuntuoso. Una pena que no haya estado presente Alberto Fernández para explicar a sus colegas que la solución más efectiva contra el Covid (y, por qué no, otros problemas sanitarios) es un simple DNU.

El clima de ideas que impera en la Celac luce rancio cuando se lo contrasta con los debates de esta semana en la ONU y con la agenda progresista internacional. Heredera de la tradición fabiana (https://digital.library.lse.ac.uk/collections/fabiansociety) y lejos de impugnar a los mercados, la izquierda moderna y democrática pretende que funcionen en beneficio del interés general, con criterios sustentables y potenciando la igualdad de género y las comunidades locales. Busca reformar la gobernanza empresarial para garantizar que trabajadores y accionistas obtengan ventajas del aumento de la productividad. Incluso reconoce que aumentar los niveles de calificación de los trabajadores incrementa sus oportunidades de empleo y su calidad de vida. Propone impulsar inversiones públicas esenciales en infraestructuras para mantener el crecimiento y satisfacer las nuevas demandas de la era global de la información.

En contraste, sin poder siquiera otear qué pasa más allá de su más absoluta inmediatez, el discurso de Alberto Fernández en la Asamblea de la ONU no tiene, por el absurdo, desperdicio. Responsabilizó a la comunidad internacional del drama que vive la Argentina e indirectamente, de su propio derrotero político: la culpa es del otro. El préstamo del FMI implicó un apoyo sin precedente en su magnitud por parte de un organismo internacional (que integra el sistema de la ONU) por solicitud de un gobierno legítimo. Como si los problemas del país hubiesen comenzado con ese empréstito. “Esta Argentina llena de planes que nos dejaron.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-agenda-de-la-onu-contrasta-con-el-festival-de-la-nostalgia-de-la-celac-nid24092021/