Hechos inéditos que podría dejar esta elección

Cualquiera sea la decisión de la ciudadanía expresada en el voto popular, este domingo podríamos comenzar a transitar una etapa sin precedente en la convulsionada historia política argentina. Lo que hasta hace poco parecían escenarios impensables o inviables en menos de 72 horas formarán parte de una intrigante realidad. Habrá de acotarse, al menos en el margen, el enorme marco de incertidumbre que viene caracterizando a este singular proceso electoral: sabremos quién será el nuevo presidente, si no surgen cuestionamientos a la transparencia y legitimidad de los comicios. Pero aun cuando eso no ocurra (crucemos los dedos para que así sea), quedarán serias dudas sobre el futuro político, económico y social de esta Argentina fragmentada que está a punto de cumplir cuatro décadas de continuidad institucional.

Si la victoria quedara en manos de Sergio Massa, se trataría de la primera vez en que un mandatario elegido por el voto popular habría perdido previamente una elección presidencial. A diferencia de lo que ocurre en el resto del mundo, nuestro sistema político tiende a fagocitarse a las figuras que resultan derrotadas, al punto de que las deja fuera de la disputa por el poder. Esto no ocurre a nivel subnacional y local, ni tampoco para elecciones legislativas. Pero nunca un presidente ganó una elección luego de haber perdido una competencia similar (Eduardo Duhalde, que perdió en 1999 contra Fernando de la Rúa, fue ungido por la Asamblea Legislativa dos años más tarde). Massa perseveró luego de su tercer puesto en 2015, cuando fue superado por Mauricio Macri –el ganador– y Daniel Scioli. Ahora está con muy buenas chances de acceder democráticamente al Poder Ejecutivo como la cabeza de un frente mucho más amplio que aquel que lideró ocho años atrás: el Frente Renovador integra Unión por la Patria, pero el Partido Justicialista y los otros socios constituyen una plataforma muchísimo más amplia y poderosa que el espacio que conduce Massa.


Esta no sería la única “primera vez” del candidato de Unión por la Patria: además, nunca un ministro de Economía fue el candidato del oficialismo a una elección presidencial. Esto se explica por el triste derrotero económico que caracteriza a la Argentina de las últimas décadas. Algo aún más intrigante, Massa sería el primero en llegar al sillón de Rivadavia luego de haber sido ministro de Economía. Muchos exministros lo intentaron, pero alcanzaron como máximo el tercer puesto. Eso ocurrió en los casos de Álvaro Alsogaray (1983 y 1989), Domingo Cavallo (1999), Ricardo López Murphy y Roberto Lavagna (2007 y 2019).

Por su parte, Javier Milei tiene la oportunidad de ser el primer economista en acceder a la presidencia (Massa es abogado) y el primer legislador en saltar sin escalas hasta ese cargo desde la Cámara de Diputados. Hasta ahora, la sociedad argentina parecía exigir cierta trayectoria o carrera política, ya sea habiendo desempeñado cargos ejecutivos (gobernador, ministro, vicepresidente), ya sea luego de alguna experiencia legislativa. Otro hecho sin precedente: Milei sería un presidente con escasísimo peso parlamentario y sin ningún gobernador de su partido. Siempre la gobernabilidad es un desafío en un entorno institucionalmente tan erosionado como el nuestro, pero sin dudas un eventual éxito de LLA nos introduciría en un terreno hasta ahora nunca transitado.

Sin embargo, a pesar de la fragilidad institucional que caracteriza a nuestro país, nunca se instaló una sospecha de fraude o irregularidades significativas como las que se han generado para estos comicios. El contexto internacional no ayuda: ocurrieron recientemente episodios sumamente problemáticos en Estados Unidos y en Brasil, que incluyeron lamentablemente hechos de violencia inusitada. Esto era hasta hace apenas un par de días una preocupación propia de los pasillos del poder y en parte en las redes sociales, pero nadie pensaba en serio que podría haber un problema de mayor escala. Desgraciadamente esto cambió en las últimas jornadas, incluida una denuncia formal por parte de Karina Milei y Santiago Viola en nombre de LLA. Simpatizantes de esa fuerza ya se habían manifestado en varias oportunidades, pero sin que haya sido oficialmente refrendado en sede judicial. Esto cambió ahora y tuvo una enorme repercusión en términos políticos y judiciales. Lo que en principio puede interpretarse como una maniobra preventiva o disuasiva de limitado impacto en términos prácticos puede derivar en un escándalo sin precedente y de imprevisibles consecuencias.


¿Hay evidencia incontrastable de irregularidades relevantes en elecciones presidenciales previas? La respuesta es negativa. ¿Hubo y hay cosas para mejorar? Sin dudas. ¿Pudo haber habido irregularidades menores? La respuesta también es afirmativa. El problema actual es diferente, pues no solo hay un segmento de los votantes de LLA que creen que “hubo fraude” en las PASO y en la elección general, sino que Milei se encargó de acentuar esas sospechas. Por otro lado, las aparentes dificultades para organizar un dispositivo de fiscalización robusto y eficaz por parte de LLA y sus recientes socios de Pro (particularmente el amplio segmento liderado por Macri y Patricia Bullrich) alimentan aún más las suspicacias, generando una suerte de profecía autocumplida: como no parecen estar dadas las condiciones para equiparar al aparato peronista, las chances de que las elecciones no sean justas y transparente parecen aumentar. ¿Implica esto que habrá necesariamente fraude, o incluso serias irregularidades? Es evidente que no, pero el problema aquí no es tanto de realidades sino de percepciones, como muestran por ejemplo las experiencias norteamericana y brasileña: un porcentaje muy importante de los votantes de Trump y Bolsonaro, respectivamente, están convencidos de que hubo fraude en los comicios que perdieron esos líderes.

Imaginemos el desconcierto que puede llegar a ser la Argentina si este domingo no hay un ganador claro y reconocido no solo por su adversario, sino sobre todo por sus votantes: la incertidumbre, que ya era descomunal, sería aún mayor. Entraríamos en un ciclo de crisis todavía más profunda e impredecible de la que vivimos hasta ahora. Uno de los motivos más importantes por los que no explotó antes la economía era que había un “ancla política”: la expectativa de que la elección podría generar un presidente legítimo y con capacidad y decisión para intentar al menos corregir los profundos desequilibrios macroeconómicos y las kafkianas regulaciones microeconómicas que se han venido acumulando. Podía tratarse de Massa (más experimentado y audaz, con una correlación de fuerzas más apropiada para una agenda de cambio, pero con dudas respecto de su voluntad real y compromiso por una economía basada en reglas), o de Milei (con un programa de shock más definido y una vocación de cambio más radical, pero sin experiencia ni un equipo solvente y versátil que lo acompañe). Si este domingo no tenemos un presidente legítimo, reconocido por toda la sociedad y con el poder necesario para desarrollar una agenda de política pública proporcional al desastre que es la Argentina, entraremos en una zona de turbulencia que nadie sabe en qué puede terminar. Y que pone en riesgo la continuidad de esta frágil y agobiante experiencia democrática.

 

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/hechos-ineditos-que-podria-dejar-esta-eleccion-nid17112023/

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