El intervencionismo, el dirigismo extremo y la improvisación ante problemas recurrentes podrían llevar el país hacia la banquina.

Como regla, los gobiernos argentinos tienden a fracasar. Difícil sostener lo contrario para un país en el cual, según cifras de UNICEF, el 62,9% de los niños son pobres. Podrían explicitarse muchas otras razones, pero ese dato ese suficiente para poner de manifiesto la realidad de nuestra Argentina.

El gobierno de Mauricio Macri no fue la excepción y fracasó en detener la permanente decadencia. Por el contrario, bajo su administración se profundizó el declive a partir de la vorágine cambiaria de 2018, cuando Argentina cayó en una dinámica de crisis de la cual aún no logra salir. Por eso, en octubre de 2019, la ciudadanía le otorgó a la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner un voto de confianza y el mandato de revertir la lastimosa tendencia (extrañamente creímos que aquellos que han sido parte del problema podrían ser parte de la solución).

Sin embargo, en estos diez meses de gobierno, los resultados obtenidos por la gestión del Frente de Todos han sido exactamente los contrarios. La crisis se ha acentuado y la decadencia (nuevamente) se ha acelerado, provocando esta vez una huida de empresas y familias que, sumidas en el pesimismo, se han cansado de esperar y ya no vislumbran un escenario de salida.

El gobierno ha cometido en un muy corto tiempo una gran cantidad de errores, provocando el desgaste rápido de Alberto Fernández. Según datos de D’Alessio IROL-Berensztein, en marzo de 2020 (en el marco del inicio de la pandemia y la cuarentena) la imagen positiva del Presidente alcanzó el 61%; cinco meses después, en agosto 2020, la imagen positiva cayó al 47% (una diferencia de 14 puntos porcentuales, lo cual equivale a una caída del 23%).

 

En este punto, vale la pena discernir entre los distintos tipos de errores cometidos por el gobierno, ya que no todos guardan las mismas características, y algunos son más preocupantes que otros. En primer lugar, hay errores “entendibles”. Las equivocaciones cometidas en el manejo de la pandemia por Covid-19 pueden ser comprendidos, debido a que, a la hora de tomar decisiones, no existían antecedentes específicos que señalasen cuál era la mejor forma de proceder. Inentendible de todas formas es la terquedad de compararse constantemente con otras naciones, señalando supuestos errores ajenos cuando la situación en Argentina era favorable, e incluso mostrando las cifras de manera incorrecta, generando roces diplomáticos innecesarios. Pero en lo que respecta específicamente al manejo del virus, y los tiempos y formas del aislamiento social para contenerlo, no existían “libros de texto” los cuales seguir. En este sentido, el gobierno nacional (y también los provinciales) pueden haber cometido equivocaciones que se comprenden frente a un fenómeno único en la historia de la humanidad y que sorprendió al mundo entero. No sólo el gobierno argentino, ningún gobierno del mundo tiene claro cuál es el mejor el camino para enfrentar al virus y, al mismo tiempo, respetar las libertades individuales, continuar con la educación de los jóvenes, preservar la mayor cantidad de puestos de trabajo y garantizar la integridad física y mental de las personas.

Sin embargo, lo que más preocupa son los yerros cometidos en materias conocidas, los cuales el actual gobierno no para de acumular. El intervencionismo y el dirigismo extremo (incluyendo el intento de expropiación de Vicentin y el aumento de la carga impositiva a través del “aporte solidario”), la improvisación ante problemas recurrentes, la negativa a presentar un plan económico consistente, las medidas micro como mecanismo para resolver problemas macro; todos errores que el propio kirchnerismo ha cometido en el pasado, y hoy vuelven a repetirse en el cuarto gobierno kirchnerista. Son los mismos tropiezos que lo llevaron a perder las elecciones en 2015.

El anuncio de mayores restricciones sobre el mercado cambiario ratifica el llamativo empeño en cometer una y otra vez las mismas equivocaciones. Este paquete de medidas, lejos de resolver los problemas estructurales, los profundizan; algo que el kirchnerismo ya debería haber aprendido. En octubre de 2011, Cristina Kirchner aplicó un cepo similar al actual con el fin de evitar la fuga de dólares. En el resto de su mandato, la expresidenta no logró levantarlo y, a pesar de las restricciones, el BCRA no logró recuperar el nivel de reservas internacionales. El endurecimiento del cepo y el nuevo recargo del 35% (en concepto de adelanto de impuesto a las ganancias) es un “parche”, que pueden servir para ganar algo de tiempo, pero que aumentan el pesimismo y la incertidumbre. El que mejor lo explicó fue Martín Guzmán en una entrevista que concedió días antes de los anuncios: “Sería una medida para aguantar. Nosotros no venimos a aguantar”. ¿A diez meses de iniciado su mandato, el gobierno de Alberto Fernández está “aguantando”? La crisis de confianza en la cual se encuentra la Argentina requiere de un plan económico consistente que logre anclar las expectativas, si esto no se logra el país podría estar encaminándose hacia una corrección de mercado aún mayor.

Se plantea entonces la pregunta clave: ¿Por qué motivo el kirchnerismo comete nuevamente los mismos errores? Hay probablemente tres alternativas para responder a esta pregunta. La primera posibilidad es que exista en los dirigentes de mayor peso (aquellos que lideran la coalición de gobierno) una cerrazón ideológica que nos les permite contemplar otras soluciones para problemas análogos. Esto implica tener una postura dogmática y no pragmática frente a los mismos obstáculos. Una segunda posibilidad es que el presidente Fernández y su núcleo más cercano crean que no tienen en este momento el capital político necesario para seguir un curso de acción distinto. Es una visión relativamente más optimista ya que el fortalecimiento de la figura presidencial o la percepción de que se está a punto de ingresar en una crisis terminal, podrían llevar al despliegue de una agenda renovada, que se independice de las respuestas kirchneristas del pasado y enfrente los problemas desde una perspectiva distinta. Una tercera opción es que los dirigentes con cargos ejecutivos en el FdT y en especial el Presidente estén atravesando por una curva de aprendizaje (a la cual deben enfrentarse todos los gobiernos del mundo al asumir) que tarde o temprano lo lleve inexorablemente a corregir la política publica para buscar soluciones más estructurales. Independientemente del cargo que haya ocupado antes, nadie está preparado para ser Presidente en ningún país del mundo y mucho menos en la Argentina. Conocer cómo funciona la maquinaria estatal, las posibilidades y los riesgos potenciales de cada decisión es una tarea ardua que demanda esfuerzo y, sobre todo, tiempo. Esta es la alternativa más optimista de las tres debido a que, una vez que el presidente Fernández haya atravesado por la curva de aprendizaje, el rumbo debería rectificarse. El riego es que la intención de corrección ocurra demasiado tarde.

Si no se modifica el curso de acción y prevalece el actual diagnóstico, en el horizonte solo habrá mayor destrucción de riqueza y frustración. No se puede buscar resultados distintos, haciendo siempre lo mismo. El país se dirige hacia la banquina y, lejos de corregir el rumbo, decide doblar aún más hacia el pasto. ¿En el mientras tanto, intentaremos resolver la inflación y reactivar la economía con 12 cuotas en peluquerías? Si no rectifica a tiempo, la colisión puede ser inevitable.

Fuente: https://tn.com.ar/opinion/diseccionando-los-errores-del-gobierno/2020/09/19/62TGSBFWI5G73IMS3XDWEYP5MY_story/