La grave crisis sanitaria podría ayudar a cambiar la tendencia de los argentinos al incumplimiento y la transgresión de las reglas. A partir del viernes y en principio hasta el 31 de marzo, rige el decreto del presidente Alberto Fernández que ordena el aislamiento social, preventivo y obligatorio por el cual se prohíbe a la ciudadanía abandonar sus residencias, con la excepción de salir a comprar alimentos y medicinas. La medida, inédita en la historia argentina, tiene como objetivo controlar la propagación del Covid-19 en el país, que ya registra 158 casos confirmados y tres muertos, y fue adoptaba ante la inobservancia de la cuarentena voluntaria que había ordenado el domingo pasado. Efectivamente, a medida que se acercaba el fin de semana largo aumentaba la cantidad de autos que se dirigían a distintos destinos turísticos en todo el país, haciendo caso omiso al pedido del presidente, como si las sugerencias fueran para los otros. Y el interrogante es por qué, a pesar del constante bombardeo mediático que repite infinitamente que debemos aislarnos y quedarnos en casa, algunos deciden irracionalmente desobedecerlas y exponerse a ser contagiados.
Carlos S. Nino, en su obra “Un país al margen de la ley”, de 1992 se refiere a una tendencia recurrente de la sociedad argentina “a la anomia en general y la ilegalidad en particular”. La anomia es la ausencia de estructura o de normas para regular la vida social y puede tratarse tanto de la ausencia efectiva de reglas como de su incumplimiento paulatino que lleva a la sensación de que las leyes no existen. La tesis de su libro se centraba en la anomia como factor de ineficiencia que condujo al subdesarrollo del país. Y, para explicar el caso argentino, introdujo el concepto de “anomia boba” o la inobservancia de la ley que no favorece a nadie, ni a los responsables de hacerla cumplir ni a sus destinatarios. La “anomia boba” genera una falta de cooperación social, que para Nino es el cemento de toda sociedad, necesaria para la construcción de instituciones y de legalidad. Su frase: “En la Argentina es caro y engorroso cumplir la ley y barato y fácil no cumplirla” parece haber calado hondo en la cotidianeidad de los argentinos, que siempre buscan la ventaja y la hendija para el incumplimiento y la transgresión, sin tener en cuenta que, como un boomerang, estas acciones terminan perjudicando a todos. Como se sigue observando hasta el día de hoy, donde algunos ciudadanos siguen saliendo a la calle irresponsablemente, creyéndose más “vivos que bobos”, evadiendo controles, ocultando que procedían de países de riesgo, quizás con la creencia que pueden ser inmunes a esta pandemia, o lo que es peor, actuando de manera egoísta, sin importarles las consecuencias de sus actos. Aunque suscitando, por otro lado, la sanción social de los pares, un elemento novedoso y que tal vez termine influyendo de alguna manera en los comportamientos.
Nos encontramos en un momento fundacional en la Argentina, en un punto de inflexión. Primero por las decisiones que está tomando el presidente Alberto Fernández, que afectan a la vida cotidiana de todos los argentinos, no solamente en el plano económico, convivencial, sino en múltiples dimensiones. Pero también es necesario subrayar el involucramiento de la sociedad civil. Minutos antes de su conferencia de prensa del jueves a la noche, se escuchó un masivo aplauso, desde balcones, terrazas y ventanas, en apoyo a los trabajadores de la salud, en reconocimiento de sus labores y sacrificio frente a esta pandemia. Con una connotación parecida a lo que ocurrió en la transición a la democracia, en 1982, cuando se produjo una espontánea y multitudinaria concentración en la Plaza de Mayo, con el mismo “espíritu malvinero”; o tal vez con ese lugar común que se generó en la semana santa de 1987 con el alzamiento carapintada, en el sentido de que hay un enemigo común, una amenaza que vuelve a la clase política más cooperativa, que de alguna manera se acercan diferencias y se cierran grietas ante un peligro inminente. Pero este caso, simbólicamente, expresa algo distinto y único a lo que estábamos acostumbrados porque es una amenaza a la salud pública, no tiene que ver con un enemigo externo o un golpe sino con una amenaza invisible que genera incertidumbre e inseguridad. Veremos si esta vez la sociedad coopera y si, eventualmente, existiera un número relevante de ciudadanos que no entiende lo que está aquí en juego, se deberán tomar medidas mucho más extremas. Las sociedades que no tomaron esto con cautela y a tiempo, terminaron generando situaciones terribles como es el caso de Italia o España. Por suerte tuvimos la posibilidad de aprender de los errores de los demás y reaccionar a tiempo para evitar el peor escenario. Como saldo positivo, bienvenido sea el diálogo y compromiso entre las fuerzas políticas, oficialismo y oposición, para enfrentar juntos al coronavirus. Quizás, una vez superada esta batalla, podamos también erradicar el virus de la “anomia boba” que caracteriza a los argentinos y el sistema político pueda haber aprendido algo: que no exista grieta también para abordar de manera seria y sistemática otros problemas trágicos que arrastra la Argentina y que han sido naturalizados, como por ejemplo la pobreza, la desigualdad y la inflación.