Para los países de la región, caracterizados por sus sistemas democráticos relativamente jóvenes, endebles y de baja intensidad, enfrentarse a este fenómeno representa un obstáculo adicional.

En países que carecen de una tradición democrática establecida, el vínculo entre votantes y partidos es débil y la competencia entre ellos tiende a ser volátil. En tales contextos, el personalismo puede convertirse en un factor decisivo, aumentando las posibilidades de que los candidatos externos alcancen altos cargos ejecutivos. El personalismo es la estructuración de la política por el atractivo personal de candidatos individuales debido a su carisma, sus antecedentes o su condición de celebridad. El vínculo con el electorado es más “directo” y no mediado institucionalmente por estructuras partidarias.

La política democrática en América Latina se ha vuelto cada vez más personalista. En el prestigioso Journal of Democracy, se ha publicado un Índice de Personalismo en Democracias del Mundo que abarca desde 1991 hasta 2020. Los resultados refrendan que los niveles de personalismo han aumentado en los últimos años. ¿Cuáles son las consecuencias de esto? La propagación del personalismo implica niveles más altos de populismo, mayor probabilidad de erosión democrática y un aumento de la polarización política.

Aunque la región ya no sufre interrupciones institucionales (golpes de estado, revoluciones, dictaduras) periódicas y recurrentes, la estabilidad de las reglas es baja. Los liderazgos en la región son en su origen democráticos, pero no han buscado desarrollar o fortalecer las instituciones políticas que dan forma a la Democracia (legislaturas, cortes o tribunales supremos) como espacios clave para el debate y la formulación de políticas públicas. En este sentido, otra de las implicancias de los personalismos es su gran componente discrecional.

Los horizontes temporales de los presidentes siguen siendo cortos y limitados hacia la fracción de la sociedad que dicen representar, sean gobierno u oposición. Al priorizar los beneficios políticos de corto plazo para su propio constituency, el diseño e implementación de las políticas públicas se vuelve restringido. De este modo, se torna mucho más difícil establecer un sistema político cooperativo. En el largo plazo, aumentan los costos de mantener los pactos democráticos, como sucedió por ejemplo con Chile luego de la Concertación.

Así, se produce un círculo vicioso en el cual el gobierno entrante intenta deshacer todo el legado de la administración saliente, para justificar las bases de su liderazgo refundacional en contra del enemigo “antipopular” que lo precedió. Los sistemas políticos en América Latina profundizan este problema: un poder ejecutivo poderoso (el hiperpresidencialismo), combinado con sistemas electorales sesgados a favor de los liderazgos personalistas, delegan implícitamente la agenda nacional en el presidente y los miembros de su gabinete. Los Congresos quedan marginados.

Si los presidentes son elegidos con mayoría parlamentaria, entonces el Congreso se transforma en un mero sello (rubber stamp), relegando su poder de veto. En Argentina se hizo popular la comparación del Congreso con una escribanía durante los momentos en el que el kirchnerismo o antes el menemismo obtuvieron una mayoría propia.

El 28 de febrero de 2021 el partido que el presidente salvadoreño Nayib Bukele fundó en 2017 ganó las elecciones legislativas por una diferencia abrumadora. En mayo, el presidente utilizó su mayoría legislativa para despedir al máximo tribunal y al fiscal superior del país, un duro golpe a la rendición de cuentas horizontal. Algo similar podría ocurrir en Argentina si el Frente de Todos logra en estas elecciones el control de la Cámara Baja (ya controla el Senado), de acuerdo con la “reforma judicial” que pretende implementar el Poder Ejecutivo. Si por el contrario los presidentes no gozan de esa mayoría legislativa, la dinámica personalista busca acumular poder a través de la demonización de la oposición, desplegando campañas de desprestigio y hasta de persecución.

En este punto se genera la polarización, que se vuelve una necesidad política en el proceso de concentración de poder. El diálogo desaparece, el consenso resulta inalcanzable y la política se vuelve un juego de suma cero en la cual la oposición no es un “otro” con el cual acordar leyes sino un enemigo que busca obstaculizar los verdaderos intereses del pueblo, representados únicamente por el partido de gobierno. La política no es una negociación sino un combate.

La nueva oleada de personalismos populistas no es como el populismo clásico latinoamericano (Lázaro Cárdenas en México, Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Víctor Hugo Haya de la Torre en Perú o José María Velasco Ibarra en Ecuador). Tampoco como los populismos liberales de los años 90 (Carlos Menem en Argentina, Carlos Salinas de Gortari en México, Fernando Collor de Mello en Brasil, Alberto Fujimori en Perú o Abdalá Bucaram en Ecuador).

Ni siquiera los populistas de izquierda más recientes (el matrimonio Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador o Fernando Lugo en Paraguay) tenían a su disposición las nuevas tecnologías y herramientas digitales que están facilitando la “oleada personalista” en Latinoamérica. El “autoritarismo millennial” propuesto por Manuel Meléndez-Sánchez (especialista en democracia de la Universidad de Harvard) es una manifestación de la ola personalista: combina los llamamientos populistas tradicionales y el comportamiento autoritario clásico con una marca personal juvenil y moderna construida en redes sociales. El tipo de personalismo del siglo XXI contiene la amenaza potencial de alterar como nunca antes el funcionamiento de las democracias. Para los países de la región, caracterizados por sus sistemas democráticos relativamente jóvenes, endebles y de baja intensidad, enfrentarse a este fenómeno representa un obstáculo adicional. En Argentina en particular, revertir el estancamiento de los últimos 50 años y la inercia decadente de la última década, para ingresar en un nuevo camino de crecimiento y desarrollo a largo plazo, solo será posible con más y mejor política, alcanzando consensos amplios que disipen los peligros de liderazgos personalistas y fortalezcan las reglas e instituciones que hacen a un sistema democrático. Fuente: https://tn.com.ar/opinion/2021/07/17/como-la-politica-personalista-esta-cambiando-las-democracias/